No es la biblioteca de Babel,
esa que “se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas." (*).

No, no es la biblioteca infinita que abarca el universo.
Las bibliotecas de Voces que Cuentan son bibliotecas amigables, portátiles, coloridas,
que se explayan a la sombra de un árbol o en el jardín de un aula.
Bibliotecas que se parecen a la palabra vacaciones:
invitan al ocio, al viaje, a la conversación, a redescubrir intereses, afectos y curiosidades.
Albergan multiplicidad de títulos, portadores atractivos, géneros diversos...
Son ideales para hacer un picnic de lecturas: con entradas de comics y poesía, con viandas
de leyendas y cuentos, con novelas bebibles y curiosidades dulces.
Hay libros de humor, de miedo, de ciencia, pero todos buscan una complicidad
con los lectores que transitan por el gran recreo del verano.
Los promotores de Voces que Cuentan son compañeros de lectura,
consejeros oportunos, confidentes discretos
que cuidan que el apetito de los jóvenes lectores encuentre el bocado deseado
Muchas veces estas bibliotecas crecen con aportes de los lectores
que también crean poesías, cuentos, novelas…
Son lugares de encuentro con uno y con el otro.
Tratamos de que la palabra circule, imaginamos una biblioteca atenta,
que se renueva, abierta a los cuatro vientos.
Las bibliotecas de Voces que cuentan quieren parecerse al verano,
brindan ocasiones frescas de lectura, son acogedoras, estimulantes y finitas…
Sin embargo, saben que su fin es cada lector y que cada lector es una cara del infinito.

(*) J. L.Borges, La biblioteca de Babel

martes, 22 de enero de 2008

El espejo de Matsuyama. Anónimo japonés

El espejo de Matsuyama
[Cuento. Texto completo]
Anónimo japonés

En Matsuyama, lugar remoto de la provincia japonesa de Echigo, vivía un matrimonio de jóvenes campesinos que tenían como centro y alegría de sus vidas a su pequeña hija. Un día, el marido tuvo que viajar a la capital para resolver unos asuntos y, ante el temor de su mujer por viaje tan largo y a un mundo tan desconocido, la consoló con la promesa de regresar lo antes posible y de traerle, a ella y a su hijita, hermosos regalos.
Después de una larga temporada, que a la esposa se le hizo eterna, vio por fin a su esposo de vuelta a casa y pudo oír de sus labios lo que le había sucedido y las cosas extraordinarias que había visto, mientras que la niña jugaba feliz con los juguetes que su padre le había comprado.
-Para ti -le dijo el marido a su mujer- te he traído un regalo muy extraño que sé que te va a sorprender. Míralo y dime qué ves dentro.
Era un objeto redondo, blanco por un lado, con adornos de pájaros y flores, y, por el otro, muy brillante y terso. Al mirarlo, la mujer, que nunca había visto un espejo, quedó fascinada y sorprendida al contemplar a una joven y alegre muchacha a la que no conocía. El marido se echó a reír al ver la cara de sorpresa de su esposa.
-¿Qué ves? -le preguntó con guasa.
-Veo a una hermosa joven que me mira y mueve los labios como si quisiera hablarme.
-Querida -le dijo el marido-, lo que ves es tu propia cara reflejada en esa lámina de cristal. Se llama espejo y en la ciudad es un objeto muy corriente.
La mujer quedó encantada con aquel maravilloso regalo; lo guardó con sumo cuidado en una cajita y sólo, de vez en cuando, lo sacaba para contemplarse.
Pasaba el tiempo y aquella familia vivía cada día más feliz. La niña se había convertido en una linda muchacha, buena y cariñosa, que cada vez se parecía más a su madre; pero ella nunca le enseñó ni le habló del espejo para que no se vanagloriase de su propia hermosura. De esta manera, hasta el padre se olvidó de aquel espejo tan bien guardado y escondido.
Un día, la madre enfermó y, a pesar de los cuidados de padre e hija, fue empeorando, de manera que ella misma comprendió que la muerte se le acercaba. Entonces, llamó a su hija, le pidió que le trajera la caja en donde guardaba el espejo, y le dijo:
-Hija mía, sé que pronto voy a morir, pero no te entristezcas. Cuando ya no esté con ustedes, prométeme que mirarás en este espejo todos los días. Me verás en él y te darás cuenta de que, aunque desde muy lejos, siempre estaré velando por ti.
Al morir la madre, la muchacha abrió la caja del espejo y cada día, como se lo había prometido, lo miraba y en él veía la cara de su madre, tan hermosa y sonriente como antes de la enfermedad. Con ella hablaba y a ella le confiaba sus penas y sus alegrías; y, aunque su madre no le decía ni una palabra, siempre le parecía que estaba cercana, atenta y comprensiva.
Un día el padre la vio delante del espejo, como si conversara con él. Y, ante su sorpresa, la muchacha contestó:
-Padre, todos los días miro en este espejo y veo a mi querida madre y hablo con ella.
Y le contó el regalo y el ruego que su madre la había hecho antes de morir, lo que ella no había dejado de cumplir ni un solo día.
El padre quedó tan impresionado y emocionado que nunca se atrevió a decirle que lo que contemplaba todos los días en el espejo era ella misma y que, tal vez por la fuerza del amor, se había convertido en la fiel imagen del hermoso rostro de su madre.
FIN

No hay comentarios: